Tuesday, May 20, 2014

Lo Eterno.

Primer capítulo: Nosotros

Ella, pies descalzos, pálida pero no como la nieve, cabello en cascada del color de la noche, ojos llenos de oscuridad con leves destellos de luz, con unos pantalones azules que cubrían hasta sus pies dada la longitud y con una ligero suéter que no la protegía para nada del frío, se acercó a él, amenazante pese a su pequeñez, y él, bien vestido y abrigado, tez exageradamente clara pero bronceada dándole un toque de vida, ojos de almendras con un ligero canto de canario, la miraba absorto en sus ojos... esos ojos en los que él se había perdido desde hace ya tiempo y que lo habían llevado a la ruina, pero una ruina placentera... porque él disfrutaba, siempre y cuando ella estuviese ahí.
- Vamos. Le dijo ella deteniéndose a un centímetro de su cara. Y él sin siquiera responder se levantó y sonrió para ella, porque sin importar dónde... él iría, siempre y cuando sea con ella. Y ella sonrió porque lo amaba, lo amaba infinitamente a pesar de los caminos tormentosos por los cuales lo llevaba, a pesar de las tristezas que él le causaba. 
Ella se calzó y subió al coche, bajó el vidrio y miró el cielo como plagado de estrellas, ese cielo que la hipnotizaba, odiosamente encantador. Y él la miró a ella, como colmada de tanto vacío, enfrascada en sí misma... odiosamente encantadora. 
- ¿A dónde vamos? Preguntó él.
- A la luna. Respondió ella.
Y él empezó a manejar, no porque supiese cómo llevarla a la luna pero porque la conocía lo suficiente para saber que ella no quería ir a ningún lugar en particular, que simplemente quería sentir el aire en su rostro, que quería oír el silencio de esas horas apagadas, que sólo quería prolongar su desconexión con el mundo del cual era parte y él le daría eso que quería, después de todo, ella nunca pedía mucho y siempre lo recibía todo. 
- Me gusta cuando sabes donde llevarme. Le dijo de repente.
- No siempre sé donde llevarte. Él contestó con una media sonrisa mientras desviaba su mirada del camino por un segundo para ver su expresión pero ella seguía con la mirada fija en el cielo.
- Por eso, me gusta cuando sabes.
- Te disgusta cuando no sé entonces. Dijo él y escuchó una leve risa, como la de una niña tras hacer una travesura, vivaz pero tan efímera y suave que amenazaba con no hacerse oír y el se rió abiertamente al escucharla... ahí estaba una vez más, quitandole el sentido a todo... haciéndolo insoportablemente incomprensible.
- No, la verdad es que también me gusta cuando no sabes. Dijo mirándolo finalmente y tomando su mano derecha, obligandolo a conducir con una sola mano, haciendo lo que se le antojaba sin cuidado de las consecuencia, siendo tan ella... tan insoportablemente incomprensible. Y él regresó su mirada a ella y se enamoró por milésima vez, parecía que ella había hecho que se rompan esquemas y que el enamorarse reiteradamente de ella era algo sin control.
- Qué bueno. Fue lo único que le dijo mientras volvía su mirada a la carretera.
Poco a poco ella se fue quedando dormida después de dar muchas vueltas por las afueras de la ciudad, tan dormida como solo podía hacerlo en presencia de él, porque él la cuidaría, no podía temerle a nada mientras él estuviese con ella, siempre con ella. 
Él decidió que era momento de llevarla a casa, ya era muy tarde y estaba cansado ¿y ella? Ella ya se había acomodado para descansar como le placía. En un momento dado, entre sus tantos movimientos al dormir dejo uno de sus brazos al descubierto dado que la ligereza y anchura del suéter que llevaba hacia que este se deslice con facilidad... y él vio una nueva marca ¿Por qué seguía haciéndolo? Se preguntó a sí mismo ¿Acaso no decía ella ser feliz a su lado? ¿Por qué seguía haciéndose daño entonces? Pensó disgustado. Disgustado por sus heridas, disgustado por quién era ella, disgustado porque no podía dejarla, disgustado por sus deseos imparables de que viva pero más que nada disgustado por sus palabras, esas palabras que ella había enterrado en lo más profundo de su ser una tarde de invierno mientras clavaba su mirada en él: "Entonces... el cuento termina en que ella vive pero ella viviría mientras él estuviese con ella, siempre con ella
Una vez en casa de ella, la meció ligeramente para despertarla.
- Llegamos. Le dijo sin mirarla, casi ocultando la gravedad del tono de su voz. Y ella notó la distancia sin entenderla, pero al sentir su brazo descubierto entendió la situación y supo que pasaba; después de todo ella era consciente de sus males, de sus vicios, de sus locuras y no había mucho que pudiese hacer sobre ello.
- Adiós. Le respondió mientras le daba un beso de despedida, en la mejilla y le susurraba un fugaz "Lo Siento" al oído. 
- Hasta mañana. Dijo suspirando mientras ella le ofrecía una leve sonrisa por la promesa implícita en sus palabras. 
¿Qué podía él hacer? ¿Cuáles eran sus opciones? Estar con ella o estar con ella, eso era todo y fuera de eso no había más soluciones. Era ella su problema y su solución, él pensó.

A la mañana siguiente ella se levantó temprano, tomó una ducha y se puso un vestido blanco con mangas largas que le llegaba hasta la rodilla y unos zapatos sin taco blancos, parecía una autentica muñeca. Salió de su casa, colocó una pequeña manta a los pies del árbol que había fuera de la misma que llegaba hasta el césped, se sentó y abrió su libro; tan pronto empezó a leer, el sonido de un auto próximo atrajo su atención. 
Era él que había venido a verla temprano para sorpresa suya ya que no acostumbraba a ir tan en la mañana.
- Hola. Le dijo con seriedad bajándose del auto.
- Hola. Respondió ella con su sonrisa desvanecida por su severidad. ¿Ha pasado algo? Ella quiso saber.
- ¿Ha pasado? Él le dijo mirándola con frialdad.
- No lo sé. Dijo ella en un susurro de voz.
- Vamos. Esta vez fue él quién tomó la iniciativa.
- ¿A dónde? Ella preguntó.
- A la luna. Él dijo con ironía y ella sonrió aun con la pesadez del momento, cerró su libro y se subió al coche con él.
Dieron unas vueltas por las afueras de la ciudad y aunque era un día triste parecía un día feliz a su lado. De repente plantó en seco y ella casi se golpea con el parabrisas pero cando regresa a verlo enfadada por sus brusquedad se queda sin palabras al ver que llora aun con la misma rigidez en su rostro de cuando fue a recogerla. 
- ¿Qué te pasa? Le dijo dulcemente acercándose a él y acariciando su brazo con delicadeza, sinceramente preocupada.
- ¡Tú me pasas! Él respondió, apartando con violencia la mano de ella. Y ella se sintió quebrarse pero no hizo más que sentarse recta y se mantenerse en silencio. 
Eso era lo que él quería y ella se lo concedía, hacia de muñeca para su tranquilidad, obediente y ajena a sus propios deseos; se dejaba controlar por sus sentimientos aunque él se la pasase diciendo que era él: el controlado, el muñeco de ella; ella sabía que siempre había sido él el gobernante aun si ella aparentaba serlo.
- ¿No vas a decir nada? Preguntó él dejando de llorar.
- ¿Qué quieres que diga? Preguntó ella desafiante, enojada y tan harta como él.
- Lo que sea que quieras decir. Dijo él harto, también, de sus rabietas.
- Entonces ya he dicho suficiente.
- No has dicho nada. Dijo empezando a enfadarse.
- Eres tú quién no me ha oído. Respondió ella.
- ¿Cómo no te voy a escuchar si estoy a lado tuyo? Dijo él, algo desconcertado por lo convencida que estaba ella de lo que decía.
- ¿Realmente estás a mi lado? Ella lo miró con súplica en lo profundo de su ser pese a la frialdad de su postura.
- Lo estoy. Él dijo queriendo resultar convincente pese a su propio desconcierto y ella le dio una cachetada tan sonora como un golpe en blanco.
- ¡Mentiroso! Exclamó e intentó bajarse del auto pero él la agarró de la muñeca fuertemente, obstruyéndole la salida. ¿Qué haces? Ella preguntó llena de rabia.
- No te iras a ningún lado hasta que no aclaremos esto. Dijo él incluso más enfadado que ella.
- Yo no quiero aclarar nada contigo ¡Ni ahora ni nunca! Ella repuso.
- Entonces esto es una pérdida de tiempo. Él dijo resignado y soltando su muñeca.
- ¿Y recién te das cuenta? Dijo ella bajándose del auto mientras empezaba a caminar.
- ¿A dónde irás? Él preguntó.
- Al fin del mundo. Fue lo único que ella dijo abandonando la carretera y adentrándose al bosque corriendo. 
Mientras él deshacía el cinturón de seguridad y se apresuraba a perseguirla notó que había olvidado lo rápida que puede ser cuando no sabe qué hacer pero quiere hacer algo. Entonces se adentró al bosque buscándola. Habían muchas ramas de árboles interponiéndose en el camino, ya se había golpeado un par de veces y estaba casi completamente seguro de que ella no había podido tomar un camino tan accidentado porque de ser así habría contraído múltiples heridas en sus piernas e incluso cara a menos que haya sido cuidadosa de no lastimarse y ella no lo era.
Se pasó horas enteras dando vueltas en ese bosque hasta que empezó a atardecer y aún no la encontraba por ningún lado. Él imaginó que estaba escondida en algún sitio, queriendo ser encontrada por él, cansada y sedienta, esperando pacientemente a que él la rescatase, ignorando como él se sentía, egoísta como ella sola entonces empezó a llorar nuevamente presa de un odio atroz hacia ella por ser tan inconsciente, hacia él por odiarla, hacia la vida por ser como es. 
Estaba agotado así entonces decidió volver al coche... y ahí estaba ella, dormida, llena de raspones en sus piernas y en su rostro, notablemente cansada, "hecha un desastre" como ella solía decir y, sin embargo, a pesar de todo seguía viéndose tan adorable como la primera vez que la vio paseándose por aquel parque frente a la Iglesia.
Cuando llegaron a la casa de ella, él ya se había tranquilizado, consciente de que no ganaría nada comportándose de esa manera con ella, consciente de su manera de ser, de su fragilidad, de su terquedad, de su ser; su propósito no era lastimarla de ninguna manera, quería ayudarla, lo quería con tanta vehemencia que resultaba aterrador para sí mismo pero siendo duro con ella no era la manera, en efecto, lo serviría de nada.
- Nina, despiértate, hemos llegado a tu casa. Dijo él tiernamente e inesperadamente ella se abalanzó sobre sus brazos, acercándolo hacia ella con desesperación y con firmeza.
- Lo siento tanto, lo siento, lo siento, lo siento, una y mil veces lo siento. Lamento todo lo que te hago pasar, todo lo que nos hago pasar... Sé que es cansado lidiar conmigo, que no puedes más, sé que te agotas, Ethan, pero trata de comprenderme... intenta pensar como yo por difícil que resulte... Perdóname, sin embargo, porque sé que a mi lado siempre sufrirás el va y ven de mi locura, los lapsos inexplicables de mis estados, la falta de importancia que le doy a mi propia vida... Dijo ella como queriendo que sus palabras corrieran, temiendo no tener el tiempo necesario de decir todo lo que quería decir en ese momento y realmente acongojada por su mal comportamiento. 
Él la rodeó con delicadeza y besó sus cabellos, no dijo nada pero lo dijo todo, él estaba ahí con ella después de todo, sujeto a sus conflictos interiores y a su vida. Él estaría siempre ahí, proveéndola de los cuidados que necesitaba, del afecto del que ella misma se negaba y él sabía también que ella estaría ahí... extrañamente cuidándolo, apoyándolo, colmándolo de afectos, y sí, volviéndolo loco, pero haciéndolo feliz y eso era algo que solo ella podía hacer.



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